Poemas del poeta guatemalteco Wilson Fernando Loayes Orozco

Wilson Fernando Loayes Orozco (San Juan Ostuncalco, Quetzaltenango, Guatemala, 1991).

Poeta, escritor, cuentacuentos y editor. Hombre maya mam. Autor de varios libros, ha ganado premios literarios y participado en encuentros y festivales de literatura. Sus poemas han sido publicados en revistas y antologías de distintos países. Actualmente se dedica a trabajos diversos y es director general de la editorial artesanal Pequeña Ostuncalco Editorial (POE).

Poemas

Ornitología del desgarro

El amor no es un ave, es una fractura
que migra con alas de obsidiana.
Su canto: un cristal que se hunde en la garganta.
Las mariposas son esquirlas de un vidrio ancestral
que nos desangra al abrazarnos.
El destino no teje, amputa.

Para ser completos debemos volar con huesos rotos,
anidar en cicatrices que parecen hogar.
Soñar es clavar el pico en el propio costado
hasta que la vida florezca como una hemorragia.

Amanecer

Prepara tu canto, Tukur.
Mi muerte se acerca.

Mi crisálida, al fin, está lista.
Siento el peso de mis alas.

He visto a los cerros bailar
embriagados de alegría.

Los abuelos me perfuman,
la gran abuela me unta con eucaliptos.

Mi piedra se desnuda;
mi destino desciende del cielo.

Mi Toj arde en su pecho;
mi pecho se llena de aire.

Canto como el Tukur esta madrugada,
anuncio la muerte de la noche.

Tukur: ave mensajera que anuncia la muerte de la noche y el renacer.

El hambre en la nube

Un gorrión se hunde en la panza de la nube,
y el hambre le muerde las entrañas.

Con una pata prueba
el algodón dulce de los dioses,
y en ese acto sagrado de robarle al cielo,
le arranca un cuerno al unicornio.

Tortugas

Ese día miraste con ternura los ojos de una nueva tortuga,
la viste nacer de la arena y te invadió una tristeza ancestral,
pensaste en por qué los cangrejos la transformaron en comida.

Volviste a ti cuando el más borracho llegó al mar,
pero no le contaste tus abecedarios del alma.

Quisiste sentir su corazón, mas se perdió en el oleaje;
a veces alzas la cabeza buscándolo,
y cuando crees haberlo encontrado,
él dice: «No soy yo», y se transforma en cuerpos celestes.

Caes en un recuerdo, despiertas como en un sueño,
ya despierto, te acurrucas en el regazo de tu amor real.

Le dices: “No soy cobarde”,
y observas cómo la almohada enreda su pelo como enredadera.

Piensas en aquella tortuga, abrazas a la mujer,
no importa si contigo es tiburón, lagarto o fiera.

Juegas al amor sabiendo que después de él
llegará la muerte con cuchillos o accidentes,
y recuerdas al depredador dejando sangre en tu cuerpo.

Te preguntas si alguna vez una tortuga te dará el privilegio
de verla como hijo, o si seguirás en sosiego,
haciéndote niño frente a los cangrejos que avanzan.

Los abuelos del tiempo

La luna es Ixmucané, la abuela.
El sol es Jun Ajpu, el abuelo.
Ambos sudan en la milpa cósmica:

él trabaja a tiempo completo,
ella a veces nos da la espalda
para moler maíz en las estrellas.

Cada vez que la luna se llena,
baja al pozo a recoger agua para el atol,
deja charcos de plata
con sus huellas de luz.

Va y viene,
su cántaro gotea eternidad.
A veces el abuelo se apiada:
mientras ella lo besa detrás del volcán,
él bebe directamente de su sed.

Redacción editorial

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