Gladys Ramos es una de las poetas cuyos textos se han estado mostrando con más persistencia en las redes sociales. Las dificultades para editar han hecho que muchos escritores se acojan a esa posibilidad porque en definitiva se obtienen lectores a diario y eso debería ser suficiente. Lo importante, ya se sabe, es escribir cada vez con más arte, con más afinidad entre personas que enfrentan los mismos tiempos.
Gladys podría ser un reflejo fiel de las angustias y los retos que esta temporada lanza encima de los seres humanos y muy especialmente en Venezuela, un país de indiscutibles riquezas naturales que se ha convertido en escenario de miserias y martirios que sólo se comprenden viviendo allá.
En la escritura de Gladys Ramos se pueden encontrar —y comprender— el efecto de grito encerrado que la soledad crea y el dolor escondido, taciturno, alojado en el escritor que manifiesta su amor por la escritura cuando se retira de las otras actividades. Gladys Ramos se yergue al final de sus años como una señora luminosa que desafía cualquier adversidad.
Y esta descripción de la autora precisamente hecha por el escritor y periodista venezolano, José Pulido para una entrevista anterior presenta muy bien el espíritu de la autora que sin lugar a dudas nos sumerge en un pensamiento poético enriquecedor, donde la luz está por encima de todo y el corazón brota cada día ante el sol inmenso de Venezuela. Le preguntamos:
¿Cómo influyó tu formación como abogada en tu poesía?
Para contestar esta pregunta, te diré primero lo que pienso al respecto: la poesía y el Derecho se fusionan y se complementan como caras opuestas de la misma moneda, anverso y reverso. Creo firmemente que el concepto ideal de la justicia no existiría sin el sentir humano que evoca la equidad, la cual, entre otras aspiraciones, sirve como herramienta en la lucha por la igualdad, el equilibrio que surge cuando se da a cada uno lo que le corresponde, el servir al prójimo y otras tantas emociones que nos hacen sentir que toda manifestación correcta o incorrecta de la conducta humana tiene su origen en algo que va más allá de acciones equívocas o acertadas, tristes, apasionadas, violentas, melancólicas, contrarias o no a normas establecidas por el hombre.
Reveladora de circunstancias inusuales de las cuales, cuando escrutamos evidencias y nos remontamos a su cauce y origen, la mayor parte familiar, nos encontramos con situaciones de disfuncionalidad, falta de padres, amores, desamores, celos obsesivos, discriminación social, terrible soledad con el pretendido y falso alivio de sustancias prohibidas.
Y es aquí, de ese cúmulo de vivencias, donde la sensibilidad extrema del poeta crea poesía terriblemente conmovedora y visceral. La voz del poeta discurre con sumo cuidado en el centro de los dos platillos simbólicos de la imparcialidad, para lograr que la justicia y la equidad se conjuguen con ese ideal poético del equilibrio.
Soy una mujer de firmes convicciones, con una crianza de disciplinas y normas inculcadas por la honestidad y la rectitud a toda prueba de mi padre, autodidacta, de origen humilde, pero con una cultura muy extensa y escribiendo siempre poemas para mi madre y para la naturaleza. No puedo dejar de mencionarlo. He contado otras veces que tenía una maquinita rudimentaria con la que encuadernaba los libros de los vecinos del barrio. Antes de entregarlos, los leía y me hacía leerlos. Tal vez yo tendría unos doce años, y su voz era un mandato espiritual. Con su bagaje de conocimientos, me explicaba su criterio sobre las circunstancias de la conducta humana, a través de los vaivenes políticos tan cambiantes, las religiones contradictorias e impuestas a las personas ignorantes, so pena de sanciones crueles por su posible desobediencia al mandato de fanáticos poderosos, como todavía se aplican en algunos países en juicios donde imperan intereses políticos, económicos o de otra índole.
En resumen, la poesía nos sirve, y ha sido demostrado a través de los tiempos, para ampliar nuestra comprensión del mundo, preservar la cultura, apreciar la belleza de las cosas aparentemente insignificantes y para los fines de reclamos sociales que han tenido impacto en la política del momento.
Como te dije, con mi padre pude, a temprana edad, conocer las crestas, a veces inexplicables y repentinas, de la historia del mundo. A esa misma edad, empecé a escribir poemas y, cuando me di cuenta de mi facilidad para escribir artículos, felicitaciones, pequeños discursos de bienvenida y versos para parejas enamoradas del liceo, de mí se fue apoderando esta pasión por la poesía, como fogata que no se extingue.
Todo ese mandato espiritual de mi padre, a mi corta edad y mi facilidad para escribir, creo que fue el detonante que me influyó para estudiar Derecho y sumergirme en lo más profundo de ese océano donde conviven la justicia y la equidad. Allí llegué, tal vez cabalgando en caballitos de mar con mis poemas a cuestas. Mi idea siempre ha sido escribir escudriñando las emociones del hombre y, por supuesto, las mías. Me he sentido cómoda en esa fusión de poesía y Derecho. No justifico algunas conductas, pero entiendo sobre orígenes, causas y reacciones. Creo que soy muy intuitiva y me asomo al alma de mis semejantes como en un espejo donde veo algo más de lo que refleja. Observo y escribo desahogando esa carga de emociones que me inspira el quehacer humano.
¿Qué te motivó a escribir Tiempo de Pájaros Caídos?
Fue un punto crucial en mi existencia. Una etapa en la que las emociones se desbordaron de su cauce y empecé a descubrir facetas ocultas dentro de mí. Fue el tiempo de reconocerme dentro de las crisis y la visión del mundo de mi adolescencia, transformándose en experiencias desconocidas. Esos pájaros caídos aludidos en el título me representaron por primera vez la percepción dolorosa de la fragilidad humana, el canto al amor, a las despedidas, a las primeras ausencias, al desánimo de alas caídas en un vuelo inesperado, pero también me hizo descubrir el poder de la resiliencia, y el volver a desplegar el vuelo, oteando nuevos horizontes.
Te cuento que ese poemario fue concebido sin ayuda, sin experiencia alguna de mi parte en esas lides de escribir, borrar, corregir, reescribir. Pero considero que fue mi primer hijo espiritual y lo amo como tal, con todos sus defectos y virtudes. Por cierto, fue publicado por el Concejo Municipal de Girardot, luego de haber obtenido un primer premio en el concurso Orígenes, promovido en el Estado Aragua. A veces hojeo el único ejemplar que me quedó, con cierta nostalgia y, al mismo tiempo, con la alegría de haber recuperado mis alas en el tiempo transcurrido desde su publicación.
¿Qué significó para ti el premio Orígenes?
Primero fue el asombro, no esperaba ni aspiraba a premios. Pero el haber obtenido ese logro fue una especie de reencuentro conmigo misma y reconocer que en esos profundos vericuetos del alma existe un mundo desconocido y repleto de silencios que se pueden convertir en un viaje de conocimiento y profundos desafíos. Entendí que escribir poesía es una responsabilidad impresa en la fuerza y el enfoque del poema. La palabra escrita perdura y desafía al tiempo. Y en una doble expresión lanzada al espacio, construye o destruye, según su fuerza y contenido. Puede ser una copa que se lanza al aire, se devuelve y nos puede herir con sus fragmentos, o también puede devolverse convertida en copa de vino exquisito para el deleite del espíritu lector, enalteciendo su espíritu.
Particularmente trato de transmitir en una forma esencial y humilde mi percepción poética sobre todo lo que observo y me rodea, desde las cosas tan minúsculas como podría ser, por ejemplo, el palpitar del corazón de una hormiga, hasta los grandes aconteceres que generan transformaciones drásticas en el mundo.
No me gusta la exaltación del ego. Creo que el egocentrismo es una especie de disfraz. Prefiero la paz y sencillez del entorno en el que me desenvuelvo. Y el hecho de haber obtenido un premio no significa para mí, en modo alguno, un cambio de concepto.
¿Cómo describirías la evolución poética desde tus primeras publicaciones hasta hoy?
Hago una retrospectiva a una especie de viaje en un tren que se detiene en diversas estaciones, tratando de llegar a un destino con un final que no se termina de alcanzar. Y es que la poesía es dinámica. Como todo arte, lo considero un organismo vivo en constante movimiento, según las épocas, los cambios sociales, políticos y de nuestras propias circunstancias.
En mi caso, empecé a escribir como una especie de diario. Sentía la necesidad de expresar con palabras esas emociones y sentimientos que se despertaban en mis vivencias diarias. En esa primera época, muy niña aún, me retroalimentaba con la lectura de los libros clásicos que mi padre me prestaba antes de entregarlos, ya debidamente encuadernados. Así fue como me inicié en la lectura de obras clásicas de autores famosos, cuyos nombres desconocía hasta ese momento. Te puedo citar algunas de mis primeras lecturas: Don Quijote, Por quién doblan las campanas, Los miserables, La Saga del Corsario Negro, 24 horas en la vida de una mujer. Luego cayeron en mis manos algunos libros de poemas de corte amoroso, de poetas como Rosalía de Castro, Gustavo Adolfo Bécquer, Amado Nervo, Pablo Neruda con sus 20 poemas de amor y una canción desesperada, entre otros. Fue también la época de leer El Principito.
En estos años de madurez, he leído, con la frecuencia que me permitían mis ocupaciones como abogada penalista, poesía de Yolanda Pantin, Vicente Gerbasi, Saint John Perse, Cavafy, Paul Eluard, Silvia Plath, Walt Whitman, Juan Calzadilla, Ramón Palomares, Armando Rojas Guardia, Juan Sánchez Peláez, Antonia Palacios, Victor Valera Mora, Reynaldo Pérez So, nuestro ilustre Cadenas y otros. Ahora me he interesado por conocer más sobre los llamados poetas malditos y ando en búsqueda de la poesía de Charles Baudelaire, Rimbaud y Paul Verlaine.
Escribí mis primeros versos retroalimentándome con todo ese bagaje de literatura. Sin embargo, me di cuenta de que no me agradaba escribir sometiéndome a la rima y a la métrica de algunos poetas, en las que me sentía encasillada, como en una especie de jaula. Prescindí de esos recursos y empecé a escribir en forma libre, tal como me dictara mi sentir, una especie de pincel de mi palabra dando brochazos en el lienzo de los cuadernos de doble raya en ese tiempo. Entonces descubrí que había encontrado mi zona de confort y allí continúo.
Por supuesto que me he adaptado a la dinámica de la poesía como organismo vivo en constante evolución y, del verso del amor y el desamor adolescente, he pasado a explorar otros temas. Ha sido un proceso creativo con el cual hago mi diaria comunión. Leo, escribo, borro, tacho, reescribo, casi podría decir con ansiedad y un cierto dolor visceral que cesa cuando nace el poema, como reflejo fiel de lo que quiero expresar. Es como un parto de palabras sin comadrona que me asista.
Mis amigos poetas y lectores me han comentado ocasionalmente que mi voz es inconfundible. Asumo que esa voz que yace, se mueve y se desborda es la misma con la que empecé a escribir hasta llegar a este hoy moldeado en las diversas vivencias que me asisten en mis versos. Por encima de todo, quiero alcanzar mi trascendencia como poeta. Ese es mi norte. Y, en consecuencia, siempre digo que voy al compás de las ruedas del tiempo para que el tiempo no me arrolle.
¿Qué temas predominan en tu poesía y por qué?
Me conecto siempre con mis emociones, en cómo el día a día, con sus avatares, influye de forma cambiante en nuestra íntima percepción del mundo. Viajo continuamente en ese vehículo de mis sentimientos que hace sus paradas en cualquier parte donde descubra algo que me motive a sacar de mi bolso un bolígrafo o papel que siempre cargo para anotar la palabra clave con la que pueda escribir posteriormente sobre ese algo que me motivó con su presencia real o tal vez irreal para otras personas.
Yo no escojo el tema. Siento que el tema es el que me escoge. La poesía llega a mí con su paso indetenible y me encierra en un círculo cerrado del cual no puedo escapar hasta no terminar con su mandato.
Soy muy querendona y amorosa. Te lo digo de forma coloquial y sencilla, y no puedo evitar que ese sentimiento vital se filtre en mi escritura. Sin embargo, más allá de explorar temas de amor y desamor, la soledad, las despedidas eternas, la angustia existencial del hombre, surge de repente mi necesidad de ahondar en los fenómenos de la naturaleza, sus elementos y su relación con el ser humano.
Así he escrito poemas abordando temas sobre diferentes etapas de esa naturaleza sabia, pero implacable a veces. Tengo algunos escritos inéditos donde canto a las edades del agua, las edades del viento, las edades del sol y las edades del hambre como ciclos que se alternan. Sin embargo, siento que en mi poesía hay un tema predominante que arropa mis sentimientos con la nostalgia por el lugar donde transcurrió mi infancia y mi adolescencia. Es ese lugar familiar, la casa grande o la casa vieja. Yo la llamo de ambas maneras. En ese sitio de ventanas, puertas y paredes derruidas por la faca del tiempo, hablan los días donde la familia era un nido de unión y paz, pero donde también se escucha el respiro de las dolorosas ausencias. Esa casa representa una cicatriz que nunca termina de cerrar definitivamente sus pliegues y, por ende, se entreabre en la dermis de mis sentimientos como la flor que expande de repente sus pétalos y aroma cuando llueven sobre ella las gotas del recuerdo. Es algo más fuerte que yo.
En verdad, no puedo hablarte en forma concreta de cuántos temas abarco. Yo creo que la magia de la poesía me traslada en su alfombra mágica de un lado a otro para luego devolverme a mi lugar de origen, al cauce donde moran y me observan mis ancestros.
¿Cómo conciliaste un trabajo en el ámbito legal teniendo presente tu pasión por la poesía?
Trabajar en el ámbito legal no significa soslayar la belleza de los diferentes e insospechados sitios en los que nos aguarda la poesía, como un ave de alas extendidas reclamando a sus pichones. En tierras fértiles y hermosas nacen árboles hermosos. En tierra seca, aparentemente estéril, podemos descubrir de pronto una flor entreabriendo sus pétalos al horizonte.
Como una pequeña anécdota, te cuento que antes de encargarme por primera vez de una Fiscalía del Ministerio Público en materia penal, yo laboraba en un organismo público como abogada asesora. Un conocido periodista, que resumía las actividades de dicho organismo, publicó en un diario regional una nota que textualmente decía: “Gladys Ramos ocupa hoy en día el cargo más antipoético que existe.”
Para mí, esa frase fue un reto. Empecé a buscar poesía que ya conocía de abogados que ejercieron funciones de Fiscal General de la República y traigo a colación al poeta y abogado, José Ramón Medina, y luego busqué respuestas dentro de mí. Fue entonces cuando me empeñé en demostrar que esa frase era un error y que yo tenía capacidad de transitar correctamente por dos senderos aparentemente diferentes.
Claro que, en verdad, a primera vista, pareciera un poco complejo conciliar el trabajo legal, sobre todo en lo penal, con el arte poético, pero la pasión que uno pone a sus habilidades y metas es un motor que conduce al triunfo y al fiel cumplimiento de ambos aspectos del quehacer humano, aparentemente tan opuestos. Creo humildemente que, en mi caso, he logrado encontrar los puntos en común.
¿Qué poetas venezolanos o internacionales han influido más en tu estilo literario?
Considero que la poesía es como un largo sendero por donde transitamos repasando las huellas que van dejando los escritores y poetas de distintas épocas y culturas. Siento que mi poesía se ha enriquecido con la lectura de diversos autores, no tantos por motivos personales como hubiese querido, porque ese sendero de la poesía no tiene fin. Es eterna compañera del poeta, viajero incansable por las riadas de las letras universales. Te he mencionado algunos nombres de autores a los cuales he leído buscando respuestas a las muchas preguntas que yo misma me planteo sobre mi sitio y mi razón de ser y estar en este mundo. En mí ha tenido mucha repercusión la poesía de Walt Whitman, Juan Sánchez Peláez, Ana Enriqueta Terán, María Antonia Palacios, César Vallejo, Anna Ajmátova. La lectura de todos estos poetas y los otros, ya mencionados anteriormente, ha estimulado mi creatividad, mi capacidad de expresar mis emociones y reconocer mi propia voz.
¿Cómo afecta el concepto de la muerte en tu poesía, dado que has hablado del miedo a la usencia eterna?
Sí. Es cierto que en mis poemas muchas veces se reflejan esos miedos al misterio de lo que pudiese o no haber más allá del Alfa y Omega de la vida. En ocasiones pienso en ese muro de tiempo y silencio que nos separa de lo desconocido y me siento de repente como un minúsculo punto flotando en el vacío.
En mi vida he sufrido ausencias muy dolorosas cuyas heridas no acaban de cicatrizar. Están presentes en la dermis de mis sentimientos y duelen cuando las tocan los recuerdos. Es una verdad que algún día debemos abordar esa especie de tren sin estaciones definidas y una de mis grandes preocupaciones es que mis escritos permanezcan levitando en el firmamento hacia el cesto de la basura eterna. En resumen, no soporto la palabra olvido y trato de borrarla de mi diccionario de vida.
¿Qué rol juega la naturaleza en tu obra, particularmente en metáforas como «los pájaros» y «el río»?
La naturaleza yo la veo como una inmensa metáfora en este océano cósmico. Cada elemento nos habla y el poeta escucha.
Reconozco que en mi poesía existen temas recurrentes. Me preguntas específicamente sobre las metáforas sobre los pájaros y el río.
Para mí, los pájaros me hacen evocar la tristeza de las partidas, las ausencias definitivas, pero también el regreso de las aves migratorias en bandada a su lugar de origen. Dolor, alegría, alas que se cierran o caen, pero también alas desplegadas y triunfantes ante las vicisitudes.
El río es el eterno canto a la vida, el fluir de las emociones, como las aguas que buscan la salida a la inmensidad de los océanos. En este sentido, he dicho en algún poema que “no quiero ser piedra en el camino, prefiero ser el río que canta y fluye.”
En la amalgama de estas metáforas en las que envuelvo a la naturaleza está presente precisamente el derecho del hombre a su libertad emocional y espiritual. Ves, que aquí surge también el concepto metafórico del derecho.
¿Podrías compartir cómo la poesía te ha ayudado a sobrevivir las pérdidas personales?
El mejor tributo a los seres ausentes es plasmar en forma poética el legado de amor que sembraron en el corazón.
La poesía, para mí, ha sido una especie de catarsis, el desahogo ante la pérdida y las tribulaciones que, como ser humano, he tenido que enfrentar. Me ha servido para aumentar mi capacidad de resiliencia y lograr cierta paz. Mi capacidad creativa ha crecido ante el dolor. A veces pienso en la poesía como un ente mágico que me ofrece lo que llamo el pasamontañas de la piedad o el burladero construido con palabras de consuelo, adonde corro a resguardarme de la embestida de la fiera de la tristeza. Después de escribir y desahogar mis sentimientos de penas y alegrías, me siento fortalecida y doy gracias a Dios por ese don del verbo.
Antes de terminar esta entrevista, quiero leerte un fragmento de un poema cuya autoría es del jurista Manuel Pimentel Coronel (1863-1905) y que habla por sí solo de la hermandad del Derecho como norma y la Poesía con su concepto de la equidad que suaviza la justicia para no caer en extremos:
“Oh, poetas, Oriente se colora con la brillante luz que despedimos. En las gigantes luchas con la fuerza nos une la victoria con su nimbo. Como somos las alas del derecho, no podemos ser nunca los vencidos.”
Gracias, Joiner, por permitirme expresar mi pasión por la doble cara de la misma moneda, con su valor supremo, imprescindible para la integralidad de la paz y la armonía de la humanidad, como es la Poesía y la Justicia.
Redacción y entrevista al cuidado de Joiner Villasmil