Beatriz Vallejos fue una poeta y docente santafesina que vivió entre 1922 y 2007, aunque vivió también en Rosario, Colastiné, Colonia Corondina y Capilla del Monte, Córdoba, su lugar en el mundo fue su casa de San José del Rincón. Escribió de sus poemas allí entre la arena del patio de su casa y las pequeñas calles del pueblo. Su obra deslumbrante debió tener más espacio para la difusión. Tal vez sus palabras no lograron alcanzar el universo de inmediato pero durante el pasar del tiempo hemos podido evidenciar programas de difusión cultural enmarcados en su nombre y obra para posicionarla y resaltar su valía cultural.
El recuerdo de Beatriz Vallejos sigue vivo en las manos y en la voz de quienes escriben en la actualidad. En la Organización Literaria J. Bernavil para los Pueblos del Mundo nos ha encantado trabajar en promover las letras de Beatriz porque da lugar a un mensaje maravilloso que tiene que ver con la armonía de las cosas a través de la observación. En este post disfrutaremos de su poesía, y solo necesitaremos agua y paredes para escribir.
El diáfano
Hay un sitio en la Tierra.
Hay un sitio en la Tierra, sí.
Digo que hay un sitio en la Tierra;
no, el dolor lo retrae, lo lleva
más allá de nosotros,
más allá de nuestra pobre
posibilidad de explicación. No
hay un sitio en la Tierra,
pero entonces el diáfano canta
para nuestro oído perceptible
de toda transfiguración de la memoria también.
¿Has oído cantar el diáfano
que absorta niñez
lo bebía de cielo?
¿De dónde regresaba?
¿En qué lugar de la Tierra, entonces?
Por encima del silencio
Orillas del Salado, Santa Fe
Camalotes patéticos
por encima de latas
por encima de vidrios
por encima del silencio.
Quién sabe la piedad
la impiedad.
Quién sabe la vergüenza la exquisitez.
El paisaje sobre ruedas, quién sabe.
Casualmente de otros esotéricos
símbolos quién sabe, arrojados:
podridas gomas, podridas hojas.
Esa zapatilla en el barro
perdió su pie, quién sabe.
Chingados rectángulos
de toda existencia.
Interrogantes
que resisten los libros.
Relatividad
De la distancia
entre la semilla
y el sol
comprendo
que todo es posible.
Todavía la luz
Si nueva no la tarde
testigo de mi estar
Abreva
el pequeño poema
a su nombre.
Ángel de Paul Klee
muchas veces fui el
ángel de Paul Klee
en la escalera profunda. Huérfano.
Donde otra luz no llega
que veladuras de quinqué
quemadas vidrieras de mariposas
atrapadas o la vibración
de una abeja que perdió el rumbo
tal vez
Muchas veces fui el
ángel de Paul Klee y sobresaltaba
mi pecho un dolor de espinas
abiertas en penumbra. Escuchaba
la voz de otro ángel
el ángel púrpura (el ángel
de los andrajos que reparte
ungüento a los desamparados)
Entonces mi dolor asomaba
girasol y se volvía a atenuar
y suspendía mis horas
Y no sabía que sabía
que toda piedad es triste
Y no sabía si arrojarme
a los callejones sin fin
o quedarme aquí
donde Paul Klee me había pintado.
Serena conexión
Una pequeña mujer china
como sería yo
bordó esta pequeña pantalla
de rafia y de colores
como lo haría yo
Leo sus manos
Leo su absorto perfil
bordando un pequeño detalle:
“Yo soy”.
A una flor
La frágil flor
que la primavera no pondrá en mis brazos
otra dimensión recorre.
No digo vida efímera.
Para ella el mundo invisible extiende
el jardín nevado de Dios.
En otros tiempos,
no favorecedores de la mujer,
algunas se atrevieron a expresar,
todo lo que palpitaba en su ser.
Valientes ante lo adverso,
nunca se amilanaron,
escribieron versos,
cantaron sus canciones
y gritaron a los cuatro vientos:
«existo, amo, pienso »
y soy orgullosamente mujer.
En homenaje sincero a Beatriz Vallejos
Douglas Leydenz