Mi nombre es Enrique Lara, nací en Paraná, de niño pasaba tiempo en el campo, donde disfrutaba de manera muy contemplativa de la paz y la naturaleza, con abuelos y tíos.
En mi juventud, participé del centro de estudiantes en la facultad de ingeniería de la UNER, actualmente estoy matriculado en el colegio de informática de Entre Ríos (COPROCIER), donde también fui protesorero; por dos años, trabajo en el banco de Entre Ríos como Analista de Sistemas.
La escritura me ha atravesado siempre de diferentes formas, la observación constante, las canciones, la lectura, me gusta poner en palabras y narrar desde la empatía, y la lógica aportada por la programación, las que han despertado en mí esas ganas de interpretar y decir.
Desde hace dos años participo en un taller de escritura creativa, con el cual hemos publicado el libro “La primera piedra”
Tengo publicados algunos cuentos en diferentes concursos.
A las hojas, a la garza y a mí.
La noche inmensa se tiende sobre la espera,
donde el viento y la lluvia desnudan el cuerpo de un árbol.
Yo me arrastro con perfume de cansancio junto a sus
hijos arrancados por la tormenta.
Una garza del aire se dirige hacia la ausencia,
en sus ojos lleva una tristeza infinita
y se nos une en un vuelo ahogado.
Los bellos dioses resucitan en este cielo en receso de lunas.
Y se dirigen hacia un pensil sin manzanas ni serpientes.
Los arcángeles vuelven desde otros infiernos.
Y bailan en el viento sin tener que pagar el precio del pecado.
En nuestras manos habitan los peces de las charcas del cielo.
Y los escorpiones de los volcanes del infierno.
Engendrados en los bosques de ciegos amantes,
donde sus cuerpos se llenan de espinas.
Aunque el fuego se alce voraz
y el cielo esté a punto de desaparecer,
en nosotros sigue haciendo frio.
A las hojas, a la garza y a mí nos une una fisura,
una grieta invisible de nacimiento.
Pájaro sin alas
Hay un muerto en el centro de mi mente,
no lo maté, mas presencié su desvanecer sin impedirlo.
Vi cómo ocultaba sus sueños
y derramaba lágrimas de sangre al horizonte,
mientras la luna se sumergía en el río.
Desde el más alto nido, lo vi caer con el viento,
cuando aún era un pájaro sin alas.
En los ojos del difunto encuentro un sendero extraviado,
donde camina día y noche, y por él también lloro.
Como el mar abraza la orilla para no gritar adiós,
basta con mirarme en el espejo
para reconocer que hay un muerto en mi cabeza.
Pétalos al viento
En un mundo de formas que el hombre señala,
es difícil ser planta, pero aún más difícil ser flor.
De tanto florecer, el rosal un día dio a luz a una rosa humana;
su cabellera era roja y aterciopelado su cuerpo de espinas,
como un ave sin plumas, coronada con una cresta carmesí.
La observé descender entre los tallos de nuestra madre,
y alimentarse de hierbas y frutos del campo,
creciendo con gracia hasta esbozar una sonrisa.
Engendró vástagos de distintos tamaños y colores.
En su ocaso, la vi llorar y en el último suspiro,
tirar sus pétalos al viento,
mientras yo me quedé en la planta,
solo, un pimpollo sin desplegar.
Memorias del viento
Cada tanto un viento aullante,
derriba un nido en lo alto de algún árbol
y deja a ese pájaro en la desolación más yerma.
Yo lo entiendo y me pongo de su lado.
Porque también caminé sobre la destrucción,
con la angustia sobre mis pies,
y resbalé en el légamo de las sombras,
con las puertas cerradas a mis espaldas
Como no voy a entenderlo;
si fui madrugadas eternas,
apilando ese montón de nada.
Como él; naufrague con las alas húmedas en las noches…
EL CAMINO LLEVA EL MURMULLO
DE LOS PAJAROS QUE ABANDONASTE
AQUELLA TARDE.
Asíntotas
Cuando la tarde cae
él enlaza los leños y atiza el fuego
y a la llama de tenue sombra, la atisba
Cuando la noche llega
ella pone su mirada al fuego
que de a poco irá creciendo con su paso lento.
Por el tenor del color del fuego
Ella dejará caer un halo de su sombra en la fina hoguera
Si el fuego se agita hasta mover el aire
Él también rozará la llama con un hilo de su opaca nube.
pero solo cuando el fuego
marque el ritmo de la respiración
ellos arrancarán sus sombras por completo.
hasta que sus alas dejen de ser el contorno de la flama
para que la vivacidad de la noche las deshaga.
y solo por el batir de sus alas en el día
ellos sabrán si juntos apagaran otra vez las sombras
en los encimados leños de otra furtiva noche.
«hay un muerto en mi cabeza» usted me ha puesto a pensar Enrique. Felicidades por sus poemas.