Escritor venezolano (Valle de la Pascua, Guárico, 1960). Profesor egresado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (Upel), magister en Historia de Venezuela. Es facilitador de talleres de poesía y narrativa, y seminarios de literatura. Ha publicado en periódicos y revistas nacionales e internacionales, como también en blogs y grupos digitales. Autor de los poemarios Humano de manchas (1988) y Lides de amor (1995), y del libro de ensayos Articulaciones (2001). Textos suyos están recogidos en la antología Pasollano, 18 poetas guariqueños (1993). Obtuvo en 1989 el Primer Premio en el Concurso Regional de Poesía Francisco Lazo Martí, de la Casa de la Cultura de Calabozo, con el poemario Naranja del cinco de marzo. Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas y figuras en diversas antologías.
Jeroh y yo hablamos una vez por teléfono tras un debate en un grupo de whatsapp donde me expresó su posición, muy parecida a la mía. Me mandó a decir Tibisay, su esposa, también poeta, que también estaba de acuerdo conmigo. Solo Dios y nosotros recordamos aquella sana disputa de saberes entre poetas, pero más allá del bululú del momento, como se expresaría en criollo cualquiera de los tres, nació una bonita comunicación.
El primer contacto con Jeroh y Tibisay me trajo al pensamiento las calles de San Juan de los Morros, tanto que me dieron ganas de volver a Venezuela, pero no a Maracaibo, nació en mí una ilusión repentina de vivir en Guarico. Después entendí que en realidad sirvieron de estimulo para recordarme lo diverso y bello del país a través del amor que sostienen por él. Y entonces siempre tuve presente la inquietud de entrevistarlos. Y ahora no solo conocí más de Tibisay en una entrevista anterior, también hablé con Jeroh.
¿Qué es lo más desafiante de escribir poesía en la Venezuela actual?
Soportar la escasez de lectores. Los pocos, lo contados que hay en su mayoría son o mudos o parcos en la reciprocidad. Yo, más que escritor de poemas, me siento es un cotidiano lector de poemas que, de vez en cuando, los escribe. Cuando leo un poema veo a alguien que me habla directamente, que me impreca, que me susurra, me sisea su alma, su dicha, desdicha, incertidumbre o revelaciones, no puedo dejarlo con la palabra en la boca, ese ser no es alguien que grita como loco en una esquina cualquiera, ningún poeta habla para sí mismo, siempre lo hace para otro. Creo que eso originó que yo, a los dieciséis años, comenzara a escribir poemas, fue mi manera de responderle a Rubén Darío, Bécquer, Baudelarie y Rimbaud, mis primeras lecturas. Aunque no todo lector tiene que seguir mi rumbo, son tan diversos los modos de hacer eco, el ingenio expresivo es tan copioso en sus modalidades. Tal vez soy exageradamente radical y estoy equivocado, ojalá, pero estoy convencido que la poesía en Venezuela tiene una señora pobreza lectora. Esa indigencia es nuestro desafío. Y no el suprimirla, eso no compete a los poetas. Sino el sobrellevarla y continuar en la esquina que nos toque, seguir vociferando lo crudo o cocido de nuestra sensibilidad. Algún día nacerá o habrá condiciones para una generación lectora más atenta, los que se den cuenta que la poesía no es una tradición de prestigio y pompa, sino que es el habla que el Infinito escoge para sus confidencias. Mientras tanto los escribidores de poemas de este país seguiremos hablando en los 916.445 km² de nuestra soledad. De todos modos, quiero también decir que tengo el tesoro de algunos lectores, es justo confesar que poseo mi pequeño caudal. Le agradezco de corazón a ellos sus buenos días, sus buenas noches y su dulce hasta mañana Jeroh, hasta otro poema. Añado, para concluir, que a esta situación, la falta de lectores de poesía, contribuye decisivamente la desertización nacional que padecemos en nuestro mundo editorial y librero.
¿Cómo influyen tus experiencias personales en tus poemas?
Soy poco biográfico en mis poemas. La historia de mis días es elusiva en mis versos, apenas el mencionar parcamente detalles para apoyar el peso de lo que me afecta, conmueve o emociona. No es un asunto de reserva, ni de timidez. En lo que nos sucede a todos lo único que varía es el ángulo y el escenario, si todos los humanos decidiéramos hablar de nosotros al mismo tiempo lo que se escucharía sería un coro, la misma historia en distintas tonalidades. Lo extraordinario, lo distinto, está más del lado del sentimiento, ese lugar de acumulamiento compulsivo donde maceramos los sentidos del corazón, allí está lo que importa, la amalgama del alma, nuestra particularidad. Mis poemas son más interrogantes, formas de solicitar la presencia de lo oculto, de aquello impronunciable. Toda belleza es un ardid para decir el tabú espiritual que cultivamos y domina nuestro cuerpo. Ese es propósito de mis poemas, airear la vergonzosa lucidez que sobrellevo. ¿Qué ojo de carne y cotidianidad puede mirar lo que tanto anhela? Como Moisés solo me queda esconder mi debilidad detrás de la piedra del poema.
¿Qué importancia tiene la musicalidad del lenguaje en tu obra?
Has tocado una ruidosa y dolorosa tecla de mi vida, la música. Mi relación con ella está marcada por diversos traumas y frustraciones en mi infancia y adolescencia. Te cuento solo una anécdota. Alguna vez en mi bachillerato se intentó crear una especie de grupo coral con la sección donde yo estudiaba, éramos alrededor de treinta estudiantes. Hubo un momento del ensayo en que el profesor nos pidió silencio, entonces dirigiéndose a mí me dijo: cállate Jeroh, tu desentonas. Te imaginarás que desde allí me volví invisible para el canto o la música. Unos cuantos años después intenté ser músico en la orquesta juvenil del pueblo. Allí fue otro episodio. Escogí el contrabajo (¿algo inconsciente?) Clases muy sufridas por mi sordera, más los titubeos y torpezas para aprender la destreza de restregar armónicamente el arco sobre las gruesas cuerdas del instrumento, sin embargo, al momento del examen final el profesor no sabía de donde yo sacaba oído y fluidez manual para hacerlo bien en ese momento. En cambio, cuando estaba con la orquesta se repetía lo del profesor de bachillerato, yo era el único que desentonaba. Terminé por abandonar para siempre mi intención de ser músico.
Eso, creo condiciona mi poca conciencia autónoma de lo musical al momento de escribir, eso no implica que no la escuche, que no me oiga a mí mismo, pero allí no hay ni una pizca de mi voluntad, sé que existe una musicalidad, cierta forma de armonía, pero esa se me impone, no sé de dónde sale. Y la cosa es que la musicalidad puedo escucharla en cualquier poema que leo, la capto muy bien en otro poeta. Cuando daba talleres de poesía ese era uno de los elementos en los cuales hacía énfasis, le pedía una y otra vez a mis talleristas reescribir hasta que el poema resonara, hasta que perdiera la sordera o la opacidad lingüística. Creo que la musicalidad de mi poesía es la expresión de mi vieja y viciosa práctica del automatismo surrealista, mi truco.
¿Existe algún poema de otro autor que desearías haber escrito?
No algún poema sino toda la obra de Fernando Pessoa, Antonia Palacios, Ida Gramcko, Elizabeth Schön y Konstantino Kavafis, si, es como mucho, pero me siento íntegramente en cualquier poema que leo de estos cinco autores, de un modo inexplicable creo que yo los escribí con ellos. Mi lectura, sin quitar ni añadir nada, completa una y otra vez esos poemas. Para mí leer un poema es continuar su escritura de modo gatopardiano, cada palabra o verso es la nueva tinta necesaria para darle rienda suelta a la misma parrafada del Infinito, el poema no lo concluye el poeta, sino el lector cada vez que termina de ojear o pronunciar el ultimo verso o frase. Confieso que yo mismo me releo muy poco, soy mi peor lector, creo que lo hago porque siempre que me releo veo algo que ya no es mío, eso lo escribió otra persona me digo, no puedo ser yo, sin embargo, refreno el intento de intervenir o corregir lo que siento incompatible, lo terminado tiene ya soberanía, soy muy respetuoso de la ajenidad, la aliento y la procuro. Algo de alérgico tengo al espejo, me veo poquísimo en ellos, siempre prefiero la imagen del otro. Después de escribir un poema solo espero que alguien lo recoja y lo haga suyo, lo lleve lo más lejos de mí. ¿Para qué lo ocasional de tanto Jeroh Juan Montilla? Ya estoy escribiéndome interminablemente con Fernando Pessoa, Antonia Palacios, Ida Gramcko, Elizabeth Schön y Konstantino Kavafis.
¿Cómo decides cuándo un poema está realmente terminado?
Para mí un poema nunca está terminado, eso le corresponde hacerlo es al lector. Los poemas siempre acaban soltándoseme, patalean hasta quedar libres de mi entrometida manía de corregir o añadir cosas. Hay un momento que sientes que el mismo poema te dice con fuerza, con carácter: ya basta, déjame vivir, déjame en paz. Allí pones el punto o palabra final y cierras. Lo sueltas, le abres la puerta de tu alma que da hacia la calle, lo publicas, él ya sabrá que hacer en su andar por el mundo, es su asunto.
¿Cuál es tu opinión sobre la relación entre poesía y política?
Tengo que confesar que casi todo lo que he leído de poesía relacionada con política no me gusta. La peor poesía que he leído es la de intención abiertamente política, la siento demasiado fajada, sumisa, entregada y amordazada a lo inasequible de la circunstancia que menciona. Es como un modo de hacer periodismo moral, sentimental o un proselitismo ideológico o nacionalista. Insoportables son muchos poemas en ese estilo de Pablo Neruda y Vladímir Mayakovski, retóricos, rimbombantes, cercano a el melodrama. Y no es que la situación que tocan esos poemas no sea dramática y criticable en sí misma, es que hacer poesía política sin pisar en falso es tan difícil y tramposo, igual dicen que es hacer poemas de amor y no caer en lugares comunes o meramente conceptuales. Solo aquella poesía, donde lo político deja de tener ese tono tan absolutamente epocal o territorial, como es la de Paul Celan o Vladimír Holan donde el uso de la coyuntura es solo el acento inevitable para expresar lo desolador de la condición humana. Esa poesía trasciende cualquier lejana o cercana inmediatez.
¿Hay algún momento específico del día o lugar que prefieras para escribir?
No tengo rutinas para escribir, soy desordenado en ese menester. Escribo a cualquier hora y lugar, solo basta que resuene una primera frase o destelle una imagen inicial en mí, es como si me lo dictaran o abrieran repentinamente una pantalla frente a mi ojo interior. A veces puede ser una palabra que escuche al vuelo o lea una idea pasajera de cualquier escrito, de ciencia, de algo que no tenga afinidad ontológica con el poema. Lo más rabiosamente antipoético puede urgir de un poema. Aunque últimamente he adquirido cierta rutina particular, cuando voy con Tibisay a montear o a cerrear me llevo un pequeño lápiz y algún papel en blanco para ir por el camino escribiendo un poema que termino de escribir cuando llego a la casa y me siento a la computadora a transcribirlo. Hubo una época, hace muchos años atrás, en que las primeras frases o versos de un poema me asaltaban en medio de un sueño en la madrugada, de inmediato me despertaba a escribir tanteando en la oscuridad, siempre dejaba cerca papel y lápiz por casualidad. Otras veces olvidaba el papel y al despertarme aprovechaba que la cama estaba apoyada a la pared y escribía en ella, aún hay, en la casa de los padres de Tibi, versos míos escritos en la pared de su cuarto.
¿Qué rol juega la naturaleza en tu poesía?
La Naturaleza. Desde hace algunos años esa resonante palabra sigue un contradictorio proceso digestivo en mi conciencia. Ese revoltillo visceral comenzó a raíz de mis tanteos por la filosofía de Friedrich Schelling, el papá de la Naturphilosophie o filosofía de la naturaleza. Antes de esas lecturas en mí dominaba el lugar común de ver y concebir lo natural como todo aquello reducido a la materialidad primaria y a lo orgánico, eso que desde mi nacimiento me rodea y envuelve, si nos restregamos bien los ojos allí veremos la semivelada sombra de una masticada y romántica concepción paisajista como sostén de todo aquello, llanero al fin que soy. Lo irónico es que un romántico dedicado como Schelling fue el que me hizo tomar conciencia de toda mi “paja” romántica ante lo natural, si es que podemos alguna vez terminar de precisar que es lo que abarca esa palabra, que concepto se le aviene más cónsono al término. Digamos que desde ese encuentro con la obra de Schelling viene mi acercamiento cuidadoso a las palabras, a salirme del automático frente a ellas, a tenerlas siempre bajo sospecha. Esas bichas siempre están diciendo o más de lo que dicen o expresan lo que ni remotamente te están diciendo. Ahora, el tomar conciencia de mi romanticismo ante la naturaleza no implica necesariamente que es algo que he abandonado del todo, estoy convencido de que uno nunca cambia, solo tenemos la consoladora opción de poder administrar, de modo discreto y moderado, el gozo de nuestras debilidades como la arrogancia de nuestras fortalezas. Frente a la naturaleza, de puerta adentro, sigo siendo un romántico empedernido, aunque de lado afuera lo aparentemente contranatural es para mí otra manera de extender la naturaleza. Es mi modo de diluir el marco territorial de la palabra, su frenética tendencia. Si el todo es algo entonces ese algo-todo no existe, pero ES indudablemente, nombrarlo, delimitarlo no tiene sentido, entonces ese sin sentido es la finalidad del poema, dar un cuerpo a los entes desde la palabra, ofrecerles lo que no tienen, lo que no son, porque el todo es innombrable. El ardid del poeta es seducir con la preciosa e intimidante falacia del poema, y de ese modo, con el tirón del lenguaje, develar lo que solo puede existir encubiertamente, la verdad, lo incierto, lo plenamente natural. Eso es el más encarnizado romanticismo. Bien lo sugiere ya tu pregunta, el rol, el papel de la naturaleza, su función en la representación del vivir la poesía. La naturaleza es mi entrega al regodeo en el poema, al gozo, a mi complacencia.
¿Has explorado otros géneros literarios, además de la poesía?
Sí. He escrito crónicas, amagos de ensayos y relatos. Los dos primeros géneros los practico solo por presentar mi cédula de lector, eso lo hago sobre lo que leo exclusivamente, de modo desordenado y vertiendo de a poco el jugo que exprimo de las páginas que leo, ofreciéndolo en libación a otro congénere también lector. En relación al relato lo hago por mimesis literaria, otro modo de imitar el poema, pero de un modo más extenso, severo y sinuoso. Todo relato pide gotas de sudor. El poema en cambio es celebratorio, se conforma con la humedad del beso, o con las secretas poluciones del apetito, una dulce lágrima o una pizca del precioso dolor. Con respecto al relato he escrito cuentos, en ese género he tanteado dos temas: la ciencia ficción y lo erótico. Más en el primero que en el segundo, allí llevo avanzado un libro. Ambos temas siempre con un dejo filosófico donde impere la pregunta titubeante. Que la respuesta en el relato permita más respiro, el juego irresoluto de la inspiración y la espiración, el circulo infinito de interpelar. Los relatos perfectos son los abiertos, los indecisos.
¿Qué esperas que sientan tus lectores cuando leen tus poemas?
Que se reconozcan a ellos mismos, nada más. Y ese es un asunto personal que solo a ellos compete, a mí solo me corresponde es ofrecer el cristal de la palabra, esa pulida y resbaladiza superficie. Esto puede ser secreto sumarial hasta que lector decida otra cosa. El reconocernos es algo bien difícil, se cree que por tener conciencia de sí ya nos sabemos y tenemos, pero hay tanto engaño e impostura en muchas de nuestras voces interiores. La casa que somos siempre está de puertas y ventanas abiertas. Por eso estamos llenos de inquilinos, mudos unos, otros borrosos, todos usando la ropa de nuestro armario, nunca piden permiso, ni dicen por favor, dilapidan a placer nuestra santa cena. Ahora el dueño de casa, uno, siempre está invisible para sí mismo. Los ocupantes insisten en decirnos que este se ha ido de viaje como Ulises. El poema es el único utensilio de la casa que tiene un paño encima. El poder de los inquilinos está en que cada uno tiene su propio espejo. Siempre que leo un poema me pregunto, qué hay de mí en este reflejo.
¿Cómo te afecta la crítica, tanto positiva como negativa?
Que yo sepa aún no he pasado por el tribunal de la crítica. Mis lectores son muy corteses y cariñosos conmigo. En realidad, el veredicto del proceso crítico solo me importa lo suficiente, es válido para el que lo emite y el que esté de acuerdo, toda escritura se expone por naturaleza a gustar, a disgustar o a propiciar indiferencia. Lo que uno escribe no es obligante que se apruebe. En el bosque hay muchas especies de arbustos y árboles, los hay espinosos, frágiles, rudos, fragantes, malolientes, etc. Para todos los gustos. Así también es la crítica, complaciente, áspera y desdeñosa. Hay que oírla de todos modos, si a uno no le gusta o es alérgico a el olor del pino, toma en consideración esa advertencia, da las gracias y sigue otro sendero con plantas más afines.
¿De qué manera crees que la poesía puede contribuir a los cambios sociales?
Sospecho que allí la poesía tiene muy poco que hacer. El efecto de lo poético es para mí más individual que colectivo. Solo el individuo alcanza la serenidad y de a ratos, el arte está en apelar a recurso íntimos que nos devuelvan ocasionalmente a estos predios, el poder de la memoria puede salvarnos, sostenernos más allá de las vanas y eternas promesas de la esperanza. El pan que como y el vino con que brindo solo pasan por mi boca. Sus sabores son solo míos en los actos de masticar y beber. Mi dolor y mi placer, son a fin de cuentas mi dolor y mi placer y nunca de otro. Se a que saben y eso nadie podrá arrebatármelo. En lo colectivo soy algo pesimista, aunque hay sus pausas de alivio, creo puede ocurrir un breve milagro, solo eso. La densa sustancialidad del poder siempre estará allí para tentar algún grupo, eso es irremediable.
Redacción y entrevista al cuidado de Joiner Villasmil
Gracias Joiner por esta entrevista, por ofrecerme está oportunidad de dar voz a mis pareceres en el vivir y trabajar la palabra, abrazo.
Excelente entrevista. El entrevistador, Joiner Bernavil,supo hurgar en el ánimo, intelecto y cotidianidad del poeta Jeroh Montilla, el caudal de sabiduría, de vida literaria poética, de sus referencias lectoras y vitales, encuentros con sí mismo y con el mundo. Excentes preguntas y respuestas. Felicito a Joiner y al poeta Jeroh por sus acertadas, humanas e interesantes respuestas.