Escribir desde el silencio: la pausa como origen de la palabra

“Todo lo que se escribe se escribe encima del silencio”, decía Marguerite Duras. Y no se refería únicamente al silencio acústico, sino a ese fondo invisible, denso, cargado de intuición y espera, que precede a toda escritura. En una época donde el ruido es constante —digital, mediático, mental—, recuperar el silencio como condición de posibilidad para el lenguaje no es solo una necesidad estética, sino existencial.

El silencio, en literatura, no es un vacío: es una presencia sutil y activa. Es el espacio donde se cocina la voz, donde las imágenes se maceran, donde se escucha lo que aún no tiene forma. La escritura, especialmente en géneros como la poesía y la narrativa breve, no emerge del bullicio, sino de una forma de atención demorada, introspectiva, paciente.

El silencio como germen

Antes de escribir, está el silencio. No como ausencia, sino como campo de tensión. Quien escribe muchas veces lo hace desde una especie de vacío: el de no saber del todo qué va a decir, pero sentir que algo está por aparecer. Ese umbral —donde no hay palabras, pero sí una urgencia muda— es uno de los lugares más fértiles para el acto creativo.

Hay escritores que hablan de ese momento como una bruma, otros como un abismo, otros como una sala en penumbra donde, poco a poco, los contornos empiezan a revelarse. En todos los casos, es un estado mental de apertura, donde el lenguaje aún no ha llegado, pero se lo espera.

“El poeta es un fingidor”, escribió Pessoa. Pero antes de fingir, antes de inventar, observa en silencio. Escucha lo que no se dice. Siente lo que no puede nombrar todavía.

El valor de la demora

La escritura apresurada, si bien a veces produce hallazgos, suele carecer de profundidad. El silencio —entendido como pausa, como lentitud— permite volver sobre lo dicho, afinarlo, entender qué se quiere decir realmente. Muchos autores trabajan así: escriben y luego callan, para volver a mirar el texto desde otra respiración.

La literatura no se lleva bien con la inmediatez. Necesita tiempo, interrupción, incluso tedio. Como decía Natalia Ginzburg, “hay que aburrirse para escribir”. El silencio, en ese sentido, es también una forma de resistencia frente al mandato de producir y publicar sin tregua.

Desde la edición, también defendemos esta pausa: ese espacio intermedio entre la creación y la publicación, donde el texto se revisa, se escucha de nuevo, se deja reposar. Lo que nace del silencio merece volver a él antes de hacerse público.

El silencio como ritmo

En poesía, el silencio es parte del poema. Está en los cortes de verso, en los espacios en blanco, en lo que se deja sin decir. Es tan significativo como las palabras. Paul Celan hablaba de la “música del silencio” en sus poemas. Y es que todo texto literario, por más breve o intenso que sea, tiene un ritmo interno, una cadencia que se sostiene tanto por lo dicho como por lo callado.

En narrativa, algo similar ocurre. Las elipsis, las pausas narrativas, los gestos que no se explican, todo ello forma parte del arte de narrar. Grandes escritores como Chejov, Carver o Samanta Schweblin saben que una buena historia no se impone: se sugiere.

El silencio, aquí, se vuelve sofisticado. No es censura, es confianza en el lector. Es dar espacio para que el otro complete, interprete, escuche.

Silencio y voz interior

Escribir desde el silencio también implica escribir desde una voz interior. No desde la opinión del día, ni desde la reacción inmediata, sino desde un lugar más profundo. Un lugar donde la escritura se convierte en forma de pensar, de procesar, de transformar.

Muchos talleres de escritura empiezan con ejercicios de observación o de respiración. No por moda, sino porque solo cuando uno logra calmar el ruido externo puede empezar a oír lo que verdaderamente quiere decir. El silencio no es el enemigo del escritor: es su atmósfera natural.

Leer en silencio, escribir para otro

Todo acto de escritura implica también un acto de lectura futura. Y esa lectura, casi siempre, ocurre en silencio. Leemos solos, en una cama, en un tren, en una sala de espera. Incluso cuando leemos en voz alta, hay un fondo de recogimiento, de interioridad.

Escribir, entonces, no es solo hablar: es preparar un espacio para que otro pueda entrar. Y eso requiere cuidado. Implica no llenar todo, no explicarlo todo, dejar zonas abiertas. Un buen texto literario no grita: conversa.

La editorial como defensora del silencio

Desde nuestra perspectiva editorial, defender el silencio no es oponerse a la comunicación, sino apostar por otra forma de ella: más densa, más ética, más humana. Apostar por libros que no buscan likes, sino lecturas. Por autores que se toman el tiempo de pensar, y por lectores que se atreven a escuchar.

Publicar libros así es, también, un gesto político: frente al ruido, la profundidad. Frente a la saturación, la pausa. Frente al mercado, el sentido.

Porque escribir, al final, no es llenar una página. Es aprender a habitar el silencio. Y desde allí, decir algo que valga la pena.

Redacción Editorial

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